jueves, 31 de mayo de 2012

El mundo actual necesita adecuar a sus instituciones


El mundo actual lleva a adecuar las instituciones, reestructurar los organismos, crear otras formas de relación, buscar con inteligencia, audacia y sentido de la integración, pero con plena autonomía nacional, los caminos más idóneos para la felicidad pública. Caído el Muro de Berlín, asistimos a una nueva agenda, que incluye el terrorismo, el narcotráfico, las migraciones, la ecología, el tráfico de armas y de personas, transformaciones estratégicas en el escenario internacional. Surgieron, pues, nuevas interrogantes, pero el Uruguay oficial, impertérrito, sigue encerrado en sus problemas internos.

Durante los gobiernos de la izquierda no se prestó atención a las relaciones internacionales determinantes de nuestro desarrollo actual y futuro. Un claro ejemplo es que durante el gobierno de Tabaré Vázquez se rechazó un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Desde el retorno de la democracia (formal)  hemos tenido la oportunidad y necesidad de encontrar amplios consensos en los temas que afectan las relaciones cívico-militares, que debieron haber sido analizados, evaluados y definidos. Lamentablemente persiste la desconfianza y no se ha querido dar pasos sinceros hacia el reencuentro y la unidad que permitiera a civiles y militares, cada uno en su ámbito, servir mejor los supremos intereses nacionales. La persistencia del problema conduce, lógicamente, a pensar que no se trata de simples personalismos o rencores vulgares, sino de un designio consciente de impedir la armonía social, para que el país, así debilitado, sea fácil presa del programa globalizador que persigue la sumisión de todos los pueblos y naciones.

 Corresponden aquí dos observaciones. Primero, que los prejuicios, la contaminación ideológica de las apreciaciones y decisiones, nunca partieron de las FFAA. Segundo, que mucho se habría avanzado hacia el entendimiento y mutuo respeto de militares y civiles con una medida elemental: explicitar constitucionalmente el objetivo de la fuerza militar.

 Este es un déficit sólo imputable a aquel estamento institucional que es el encargado de elaborar y sancionar las leyes: el llamado “sistema político”, expresión equívoca y falaz que debería sustituirse por “los políticos profesionales”, para no rebajar al nivel comiteril una noble función social, la Política, que es el arte de determinar qué afirma y consolida a la Patria en su integridad de ser y qué conspira contra su soberanía, independencia, justicia social y la consolidación del patrimonio ético de su población, o sea detectar y erradicar todo aquello que debilita, divide, desintegra y corrompe a nuestro ser colectivo.  Alta misión, la Política, que sólo por ignorancia incurable puede confundirse con las malas artes de los demagogos cuya única meta es aferrarse, al precio que fuere, a sus canonjías.

Es obvio que era el personal rentado al que la ciudadanía confió generosamente la gestión de la función pública –legisladores y administradores de todo linaje y escalafón—el que tenía la obligación de definir constitucionalmente la misión de la fuerza armada en la realidad actual, sin alterar un ápice, por cierto, la identidad de la institución castrense como suprema línea de defensa cuando todos los medios incruentos son insuficientes. 

Al faltar a esa obligación, los integrantes de la “clase” o “casta” política han incurrido en ineptitud para el ejercicio de sus cargos –causa constitucional de destitución-- generando para el país la dramática situación en que proliferan leyes, decretos, reglamentos, ordenanzas y úkases de todo linaje y estirpe que por falta de motivación honesta y patriótica son ilegítimos. Nada menos que una personalidad de izquierda, el Dr. Gelsi Bidart, lo enseñaba señalando que una norma es ilegítima, jurídicamente viciada, y por ende no ha de cumplirse, cuando a pesar de haberse observado en su producción los ritos legales formales, no está inspirada en el bien común, sino en “bienes”particulares, sectarios, o en sugerencias de poderes ocultos que operan en el sigilo y el secreto. Lamentablemente, la enseñanza de tan destacado jurisconsulto fue desoída en su propia familia ideológica y en el resto del arco partidocrático.
Durante los gobiernos de izquierda se ha desconocido --por supuesto-- el principio de que el Estado se explica y justifica por la necesidad de conservar la comunidad nacional y de asegurar en ella un orden de vida basado en la jerarquía de los valores.  Es que el imperativo ideológico confeso de esa fuerza es la inexistencia de principios y categorías permanente., como lo prueba la lectura de sus más calificados ideólogos. Sólo dejando de ser lo que es podría la izquierda adherir sinceramente a valores como la vida, la libertad, el trabajo, el honor, el respeto de la palabra empeñada, el amor a la Patria, en lugar de mentarlos hipócritamente porque le consta que al pueblo común no podría arrancarle un solo voto proclamando sus verdaderas intenciones.

Pero más inadmisible aún, si se quiere, es la posición acomodaticia y pusilánime de políticos que no abrevan formalmente en las cenagosas aguas del ideario izquierdista y se autodescriben como “opositores”, pero para los cuales no hay otro criterio de santidad y venerabilidad de la ley que el dictado de una mayoría circunstancial forjada, con alarmante frecuencia, en conciliábulos extraparlamentarios, supraparlamentarios.

Un caso claro del contubernio se da en relación con las FFAA.  Ante la alarma social de un pueblo inerme ante la dictadura de la violencia surgen de diferentes tiendas partidistas, iniciativas de participación de las instituciones castrenses en el restablecimiento del orden.  Pero cuidado con la intención de ir convirtiendo las FFAA en las fuerzas de represión de este régimen para que éste pueda satisfacer su vocación autoritaria. Las FFAA no están preparadas para cumplir funciones especificas de la Policía en el Orden Interno, ni para combatir la inseguridad, ni para reprimir el narcotráfico. Existen sobradas experiencias en países como México, nada alentadoras a ese respecto. No es acertado asignar al Ejército funciones que son de la policía, hoy desbordada por la delincuencia, no por falta de recursos sino por la ineficiencia voluntaria de la gestión política del MI. La Policía y la Justicia disponen de los instrumentos necesarios para combatir el crimen organizado. Requieren, sí, ajustes para mejorar la eficacia y tener una estrategia clara en la lucha contra el narcotráfico, no pueden seguir funcionando, con una impunidad que ya es tolerancia, las bocas de pasta base, ni debe seguirse esperando una política de Frontera que ponga fin al libre tránsito de las drogas, ni es admisible que los reclusos de los Penales telefónicamente dirijan sus bandas sin ningún tipo de impedimento.

Más que pensar en la utilización de las FFAA para cometidos que les son específicos, la clase o casta política debería pensar en Políticas Públicas que permitan al Uruguay tener una Policía que reclute bien; profesionalizar a sus integrantes; que el policía sea respetado por la sociedad; que gane un salario digno, que termine la ignominia del servicio 222.  Si medidas de este tipo, que comprende cualquier ciudadano, “no se les ocurren” a los “estadistas” que soporta la República, es de sentido común que los fines que  éstos persiguen son otros: tolerar y hasta fomentar la inseguridad para facilitar el tránsito de las actuales FFAA, al servicio de la Patria, hacia un final ignominioso en que se las convierta en el brazo armado de un sistema ideológicamente incompatible con los intereses esenciales y permanentes de la República Oriental del Uruguay.

Cnel. (r) Luis Agosto Bessonart
UNIDAD NACIONALISTA

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